martes, 3 de febrero de 2009

Lectura: 2º libro de Reyes 20: 1-11.
Por Vladimir Orellana Cárcamo.
Domingo 11 de enero de 2009.


¿Cómo reaccionaríamos si supiéramos que nos faltan pocos días para morir?. Creo que nos sobrevendría la aflicción y la ansiedad. Una de las primeras acciones que tomaríamos es ordenar “nuestras cosas”, cerciorarnos que el seguro de vida (si es que lo tenemos) para nuestros beneficiarios esté en regla; daríamos instrucciones a nuestra familia, y sobretodo le confesaríamos a Dios nuestros pecados ocultos para que nos perdonara. Además procuraríamos hacer las paces con quienes nos hemos enemistado.

Uno de los muchos personajes que figuran en el Antiguo Testamento, Ezequías, rey de Judá, recibió de labios del profeta Isaías, un inesperado mensaje de parte de Dios. El aviso era este:” Ordena tu casa porque vas a morir” ¡Palabras suficientes para petrificar a cualquiera!. Sin embargo, el destinatario de dicho mandato, no procedió, según la indicación del Todopoderoso: arreglar los asuntos de su reinado, como por ejemplo, designar al sucesor en el trono y otros asuntos no menos importantes para un monarca.

Ezequías, no se preocupó por las cosas terrenas, o por el porvenir político-militar de su nación en ese momento. La actitud que asumió este gobernante fue orar fervientemente a Jehová para que lo sanara de su enfermedad de muerte. En su oración, el atribulado rey, con su voz quebrantada por el llanto, le implora al Todopoderoso que haga memoria de él, y que tome en cuenta su fidelidad e integridad de corazón. En otras palabras, solicita con humildad que el Altísimo reconsidere su determinación de acabar con sus días. ¿Qué acciones realizó el rey de Judá para merecer la gracia de parte del Todopoderoso para permitirle seguir viviendo? Había guardado los mandamientos divinos, procedió con rectitud ante los ojos de Jehová, ordenó destruir los ídolos del templo y quebró la serpiente de bronce que Moisés esculpió, pues era objeto de adoración. (2º de Reyes 18: 2-4)

Cuán honesto fue el proceder de Ezequías, que Dios escuchó el clamor de su siervo, al grado tal que envió nuevamente a Isaías para darle la nueva noticia de su sanidad y la prolongación de quince años más para su vida. Al oír tan buen anuncio, el rey escribió un conmovedor poema donde testifica los días sombríos de la enfermedad y celebra el milagro de su restauración (léase Isaías 38: 9-22).

¡Qué maravilloso ejemplo nos brinda el proceder de Exequias! La súplica que dirige a Jehová para que tome en cuenta la integridad de su corazón, debe constituirse en un desafío para nosotros. La palabra integridad, entre sus muchas acepciones significa: honradez, pureza, rectitud, plenitud, en otras palabras, implica ser completos en nuestro proceder, no actuar a medias, ni tener doble cara. El personaje de quien nos ocupamos, mantuvo una actuación integra ante Dios. El Omnipotente restauró la salud de Ezequías, por la fe y sinceridad depositada en su clamor, pero también por su transparencia espiritual.

Ante un momento de tribulación, como el caso de una enfermedad terminal, ¿tendríamos la solvencia moral, para decirle en oración al Creador, “acuérdate que he caminado con un corazón integro ante ti”? La respuesta sólo tú y yo la tenemos.

La integridad es lo que le agrada a nuestro Padre Celestial. Cuando andamos con ella, las personas que nos rodean advierten que somos diferentes, porque nuestro comportamiento y actitudes, no nuestras palabras empalagosas de religiosidad, marcan la brillante diferencia entre los demás.